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    diciembre 21, 2004

    Critica que algo queda

    Reconozco que no soy lector habitual de Babelia, suplemento cultural de El País. Lector ocasional sí. Y me gusta, lo reconozco, pero tengo más fácil acceso a El Cultural de El Mundo. Por lo tanto, y aunque creo recordar haber leído alguna crítica suya, tampoco era lector asiduo del crítico literario Ignacio Echevarría.
    Cuando me crucé la semana pasada con su Carta abierta a Lluís Bassets, me quedé con ganas de conocer la historia completa. Y ahora que la ha publicado de seguido Periodista Digital, ¿cómo podría no reseñarla?
    En orden cronológico inverso, lo mejor de todo se encuentrao al final, a saber: la crítica de destrucción masiva que Echevarría hacía de El hijo del acordeonista de Bernardo Atxaga, autor del cual solo he leído -y recuerdo con cariño- Obabakoak. Da la impresión de que la crítica (como algunas raras adaptaciones cinematográficas) fuese superior a la novela. Pero Atxaga no debe temer, de seguro la polémica izará una miaja las ventas.
    Para lector desorientado: esta es la historia de un crítico que se sintió independiente durante 14 años, y pensó con toda normalidad que podía seguir siéndolo. La crítica publicada en el suplemento cultural de El País, no dejaba en buen lugar una novela publicada por Alfaguara (editorial del Grupo Prisa), colisionando duramente con los intereses menos independientes de tan independiente diario. Aunque la crítica se publicó, a partir de ese momento, más chulos ellos que nadie, dieron la callada por respuesta a las siguientes críticas y ulteriores preguntas de Echevarría, lo cual le debió sonar a despido a la francesa, pues harto, Echevarría, considerado ahora -no sé si también antes-, uno de los críticos más importantes de la nación, envío una carta abierta al director del suplemento cultural, que El País no se dignó en publicar, pero que corrió como la pólvora por la Internet de las cartas abiertas y las polémicas sin cerrar.
    Lo mejor es que el periodista más bloguero de El País, Arcadi, publicó un post el domingo doce de diciembre, que parecería borrado si apuntásemos desde Periodistas21, reseñando una carta inexistente de la defensora del lector de El País, que pudo ser imaginada por él, o simplemente censurada por si las aguas no terminaban de llegar al Manzanares. Pero finalmente llegaron en forma de Carta del Lector, de la mano nada menos que de setenta colaboradores habituales (Marsé, Vargas Llosa, Sánchez Ferlosio, ...) que diario tan ecuánime no pudo dejar de publicar, rompiendo a regañadientes un silencio hasta ese momento profundo por su parte, y publicando además este domingo la carta fantasma de su defensora, da la sensación que en versión diferente a la de Arcadi.
    Una magnífica historia de críticos criticados, blogueros incendiarios, censuras inconfesadas, y otros aspavientos, que uno imagina punta de iceberg, seguro de que los entresijos más intrigantes quedan al encubierto y sin cacerolada. Y de que las mejores novelas duermen en los cajones de autores que no han salido del armario quizá por falta de editor, o quizá por miedo a l@s crític@s.

    La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería –de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco, reducido aquí a un conflicto de lobos y pastores, un problema de ecología lingüística y sentimental, al margen de toda consideración ideológica.

    Javier Echevarría, extracto de la crítica publicada en Babelia, al libro de Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista.


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