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    noviembre 15, 2004

    Los reyes magos de la tolerancia

    Huelo a regalos. El Corte Inglés prepara Cortilandia, los buzones de correo no-e, se colapsan con folletos de jugueterías ecológicas y en familia, comienzan las encuestas. Nos equivocamos. A los niños, por Navidad, más que juguetes se les debería regalar doble ración de respeto -algo que los adultos no saben conceder a los otros adultos, cuando menos a un niño-. Demostrándoles que confiamos en ellos, aprenderán responsabilidad y conformarán una personalidad propia. El problema surge al ser estrictamente necesario inculcarles también disciplina. Mi mujer y yo hemos intentado ser bastante razonables, dialogando con nuestra hija mayor (cuatro años) para explicarle por qué hacer esto o lo otro. De hecho creo que nos hemos excedido en el porcentaje de comunicación sobre mano dura, porque la vida real no es tan racional, y casi siempre nos impone sus normas sin pedirnos opinión. Lo ideal sería hacer ver al niño (con cuatro años, ya es posible) que se trata de un contrato de convivencia, donde por ahora los padres se reservan un derecho de veto. Me da la sensación de que hace treinta años el péndulo estaba del lado de la disciplina paterna, y hace 10 se puso por completo del lado del niño. Imagino que encontrar el justo medio es el arte de la paternidad, como de tantas otras cosas.
    Entonces, respecto al tema de hacer crecer a los niños antes de lo debido (la adolescencia anticipada y alargada), se introducen 3 factores, y todos son necesarios: 1) el sistema (marketing, creencias comunes, instituciones, colegios, ...) que nos presiona para que así sea (y contra el cual, ya se ha demostrado que es muy difícil luchar); 2) tenemos que contar también con la opinión del niño, y 3) al mismo tiempo, con la decisión de los padres. Esta sería la teoría, pero para no caer en un moralismo que me horripila, que cada cual haga lo que quiera con sus niños, mientras respete sus derechos fundamentales.

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